Publicado: julio 11, 2019
Por: Daniel Bernabé, escritor y periodista
Además de su juventud y de su estética desenfadada, de su barba perfilada hasta el punto que parece un dibujo y de su pelo engominado y pulcro, Nayib Bukele se ha distinguido por intentar manejar un peculiar centrismo en el ámbito declarativo, recordando por momentos al francés Macron o al español Rivera, ya saben, aquello de no somos de derechas ni de izquierdas, tan sólo unos gestores neutros de la cosa pública. Aunque esta forma de entender la política es tan tramposa como conservadora, ya que la gestión siempre ha de hacerse en algún sentido y, generalmente, quien utiliza esta retórica acaba apostando por los grandes propietarios, el mensaje ha tenido éxito en el electorado salvadoreño.
Bukele, como cualquier populista de derechas, ha utilizado las redes sociales con dos intenciones. La primera la de hacer simpática y cercana su figura, utilizando el humor –a veces de una forma algo histriónica– y los códigos estéticos digitales de los más jóvenes. La segunda la de, unida a su mensaje supuestamente centrista en lo económico, polarizar a la sociedad en temas donde se utiliza una retórica simple, un análisis sesgado y unas soluciones que resultan tan impactantes como poco operativas. En este sentido, Bukele es uno de los alumnos más aventajados de Trump y el destropopulismo europeo, junto con Bolsonaro.
En la escena internacional, el nuevo presidente de El Salvador ha enfriado las relaciones de su país con Gobiernos como el venezolano, el hondureño y sobre todo el nicaragüense, con una especial vinculación tras la guerra, ya que el movimiento sandinista fue uno de los pocos aliados del FMLN. El presidente norteamericano, Donald Trump, felicitó por su investidura al salvadoreño, pero ambos han mantenido una cordial tensión escenográfica por asuntos como la financiación o la inmigración. Bukele, sin embargo, parece no querer poner todos lo huevos en una misma cesta, al declararse también aliado de China.
El ya habitual modus operandi de Bukele de utilizar Twitter para nombrar cargos y cesarlos, con una respuesta ensayada y casi militar de ministros y subalternos, se vuelve del todo inquietante cuando habla de criminalidad, recordando en esta ocasión al filipino Duterte, sin todavía alcanzar su belicosidad pero dejando ver una preocupante utilización de uno de los mayores problemas del país en beneficio propio. Además de la propia cuestión de los derechos humanos, además de establecer una dicotomía entre ciudadanos y delincuentes que no se corresponde con un gobernante moderno –todos son ciudadanos, independientemente de su relación con el quebrantamiento de la ley–, se diría que Bukele está utilizando la guerra contra la delincuencia de una forma muy parecida a la que Reagan utilizó su guerra contra las drogas: una escasa repercusión real, pero una máxima rentabilidad publicitaria.
Las cuentas de las instituciones públicas en redes sociales, empezando por las de los ministerios, se llenan de fotos del "presidente más guapo y cool del mundo mundial" como el mismo se definió en su perfil de Twitter. Se diría, si atendemos tan sólo a la comunicación digital, que en El Salvador únicamente una persona realiza todas las tareas de Gobierno e institucionales, el presidente Bukele. Esta sobreexposición, casi culto a la personalidad, parece de un escaso gusto democrático, pero obtiene una enorme rentabilidad con la popularidad alcanzada.
Nayib Bukele es el síntoma, uno más, de que la democracia liberal está en dificultades en todo el mundo por una enfermedad autoinmune: el capitalismo desregulado. Lo extraño es que en un país como El Salvador, periferia de la periferia en términos de poder y economía, esta forma de populismo reaccionario con filtro de Instagram haya encontrado también acomodo. La principal responsable en este caso parecería una izquierda incapaz de resolver los problemas del país y salpicada por la corrupción.
La duda es si aquellos generales prototípicos de los setenta, con gafas espejadas, gorra de plato y uniforme lleno de condecoraciones han sido sustituidos históricamente por una nueva generación de políticos que, aupándose en las maneras y procedimientos democráticos, elevándose sobre la libertad de expresión digital, utilizan esas libertades con el objetivo último de hacerlas retroceder.
Con Bukele aún es pronto para echar la moneda al aire. En cualquier momento puede ser demasiado tarde.
Fragmento del artículo: Bukele, el presidente de moda en Latinoamérica, más allá de los tópicos y titulares
Publicado en RT Noticias
Daniel Bernabé (Madrid, 1980) es escritor y periodista. Además de sus libros de relatos y de haber prologado a autores como Gil Scott-Heron o David Peace, publicó "La trampa de la diversidad", uno de los ensayos más debatidos y vendidos del 2018 en España. Ha escrito sobre sociedad y política para medios como La Marea, Vice o Público, e impartido conferencias en universidades como la UNED, la Autónoma o la Jaume I.