Publicado: febrero 23, 2020
La Universidad Centroamericana (UCA), lanzó fuertes críticas al presidente de la República, Nayib Bukele, a través de una editorial calificándolo de "mentiroso", esto después de los acontecimientos de pasado 9 de febrero donde ordenó militarizar la Asamblea Legislativa.
Gusto por el embuste
Editorial UCA
En un artículo de opinión publicado el 15 de febrero en el Miami Herald, Nayib Bukele hace afirmaciones relacionadas a los sucesos del domingo 9 de febrero que están lejos de la realidad. En el escrito, el presidente explica su visión de la problemática de inseguridad, el respaldo que le brinda el 90% de la ciudadanía y el éxito de su Plan de Control Territorial, al cual, según él, se oponen la clase dominante y los políticos tradicionales, cuyos dirigentes estarían vinculados a “grupos terroristas”. En resumen, el mandatario plantea que la crítica situación del país se debe a los 30 años de Gobiernos de Arena y el FMLN, partidos que estuvieron y están vinculados a las pandillas, y que por eso no apoyan las políticas de la actual administración, porque afectan sus intereses. Muchas de estas afirmaciones son parte del manual de comunicación del presidente; afirmaciones tajantes que son muy discutibles, cuando no falsas.
Pero a lo que hay que prestar especial atención es a la peculiar versión de Bukele sobre los hechos del 9 de febrero: “Mi administración estaba profundamente preocupada por un levantamiento popular de salvadoreños frustrados y movilizados contra la Asamblea Nacional. Es por eso que le pedimos a los militares que estuvieran presentes, en caso de que estallara la violencia cuando decenas de miles de salvadoreños se reunieron fuera de la Asamblea Nacional pidiendo la destitución de sus miembros”. O sea, el presidente y su equipo supuestamente estaban preocupados por algún conato de violencia de una masa enardecida que clamaba por la destitución de los legisladores, y por ello mandó a llamar a la Fuerza Armada. A continuación, Bukele afirma en el texto que los medios de comunicación “informaron falsamente esto como un intento de hacerse cargo de esa institución [la Asamblea]”. Y concluye así: “Respeto la separación de poderes. Cualquiera que sugiera que estaba intentando hacer tal cosa está tergiversando a propósito la verdad”.
De este modo, el presidente pretende que se olvide que fue él mismo quien el 7 de febrero llamó a sus seguidores, vía Twitter, a presentarse a la sesión extraordinaria de la Asamblea Legislativa, convocada por el Consejo de Ministros. Fue el presidente quien ese mismo día advirtió que si los diputados no asistían a la plenaria extraordinaria, estarían rompiendo el orden constitucional y el pueblo podría hacer valer el artículo 87 de la Constitución, es decir, el derecho a la insurrección. Fue Nayib Bukele quien el 8 de febrero señaló a los dos bandos de la guerra civil de continuar con la corrupción y negociar con grupos criminales, agregando que “el pueblo ya se cansó y el presidente está con ellos”. Y el domingo 9 de febrero, a las 8:47 de la mañana, fue un tuit del presidente el que reiteró la cita: “¡Nos vemos hoy a las 3pm, afuera de la Asamblea Legislativa!”.
Si todo fue iniciativa popular, como hoy pretende hacer creer Bukele, ¿por qué varios ministerios e instituciones públicas convocaron a sus empleados a presentarse a la protesta? ¿No fueron vehículos del Ejército los que llevaron la tarima para el acto que el mandatario presidió? ¿Por qué el ministro de Trabajo escribió que ese domingo iniciaba la democratización total del país? Si no había signos que hicieran temer el rompimiento del orden constitucional, ¿por qué antes del domingo hubo tantas instancias nacionales e internacionales que hicieron un llamado a la sensatez y al diálogo, y alertaron del peligro de romper la institucionalidad? ¿No fue Bukele quien profirió insultos y expresiones de odio contra los diputados ante la masa enardecida? ¿No fue él quien ocupó la silla del presidente de la Asamblea Legislativa e inició la sesión plenaria utilizando el gong? ¿No fue él quien dio una semana más a los diputados para aprobar el préstamo por $109 millones? ¿No es todo lo anterior un irrespeto a la independencia de poderes?
La versión del presidente no es más que un embuste, un artificio que no resiste el mínimo contraste con los hechos. Quien falta a la verdad, en este caso, no son los medios de comunicación que le dieron cobertura a los sucesos del domingo 9, pese a las interferencias a la libertad de prensa por parte de militares y policías. Los salvadoreños están cansados de mentiras y medias verdades. ¿No sería más redituable para el presidente reconocer que se equivocó y anunciar que enmendará el camino entablando un diálogo serio? ¿Será que en El Salvador no hay espacio para la honestidad en la política? Distorsionar la verdad también es una manera de alimentar la violencia que caracteriza a nuestra sociedad. En este sentido, Nayib Bukele falla por partida doble.