Publicado: octubre 09, 2019
A los troles, que cobran un sueldo para intentar silenciar voces, o los que lo hacen de gratis por su nivel de fanatismo, les recuerdo que en el pasado, usando balas, no funcionó… y hoy tampoco. Ustedes son los nuevos escuadroneros.
Por Gerardo Muyshondt
Publicado en El Diario de Hoy
Lo mismo que le provoca a alguien mínimamente ligado a la izquierda escuchar el término ‘escuadrón de la muerte’, le provoca a alguien mínimamente ligado a la derecha escuchar el término ‘comando urbano’ ”, me dijo Geovanni Galeas, ex miembro de la guerrilla salvadoreña y actual asesor del presidente salvadoreño Nayib Bukele, cuando tuve la oportunidad de entrevistarlo para la trilogía documental El Salvador: Archivos Perdidos del Conflicto.
Viéndolo en retrospectiva, estos grupos tenían dos objetivos principales. El primero era eliminar a la oposición. Si existía una figura que estaba “del otro lado”, pues se lo quebraban en un intento de debilitar al enemigo. El segundo gran objetivo era mandar un mensaje claro a los demás: “Si te metés en esto, ya sabés lo que te va a pasar”.
Lo hacían los dos lados. Unos más asolapados que otros, ambos creyendo que el fin justificaba los medios.
Hoy, como siempre, hay gente que apoya a los que gobiernan y hay gente que no. Eso es normal, y si me preguntan a mí, es sano. Se llama democracia y no es un sistema perfecto, pero vale la pena recordar la frase de Winston Churchill, ex Primer Ministro del Reino Unido y Premio Nobel de Literatura: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. Concuerdo con él.
En la frágil y juvenil democracia de El Salvador es fácil caer en la tentación de repetir nuestra historia. Somos intolerantes. Nos cuesta aceptar y, sobre todo, respetar a los que piensan diferente a nosotros. Muchos creen que cuando alguien no piensa igual a nosotros son rivales o, peor, enemigos. Igual que en la guerra.
Se nos olvida que tenemos más cosas en común que diferencias. Por eso, sustituimos el escuchar con el pelear. Priorizamos nuestras diferencias, a nuestras similitudes. Reemplazamos el respeto con el totalitarismo.
Menos mal que hoy no usamos balas para solventar nuestras diferencias, porque en la era de las redes sociales, donde todos podemos publicar nuestras posturas, todos estuviéramos muertos.
No usamos balas, pero las ganas de silenciar a los opositores siguen prevaleciendo. A pesar de que en el pasado no funcionó el matar a los que pensaban diferente, sino más bien radicalizó a cada bando, hoy los políticos de turno quieren hacer lo mismo que en los 80. No matarnos literalmente en el sentido físico, pero sí socialmente, aniquilando la credibilidad de cualquier voz que se alza, con la intención de no tener oposición.
Hoy, si un periodista escribe un artículo de opinión o una pieza de periodismo investigativo, si un joven publica un tuit o una ama de casa escribe en su Facebook una crítica al gobierno, la primera reacción de los que apoyan al actual presidente es írsele encima para desprestigiarlo y humillarlo. A más relevante la voz que se alza, o en tiempos modernos, a más seguidores o resonancia en redes sociales pueda tener el crítico, más recios y organizados los ataques.
Yo no soy político, ni muchos menos una figura pública relevante, pero hablo con propiedad al decir que he sido tratado así. Me han intentado amedrentar a través de la difamación y las mentiras. Desde inventarse que yo he sido grabado insultando a miembros del actual gabinete hasta insultar a mi valiente hijo de 6 años que lucha contra el cáncer desde que tenía 2.
La historia está repitiéndose. A los que tenemos la valentía de fijar una posición basada en creencias y valores nos quieren silenciar. Algunos han preferido la auto-censura para proteger a sus familiares. Otros están esperando que los demás se pronuncien para dar un tímido like o retuit. Tristemente, dentro de la política hay quienes hasta se hincan ante la temporal popularidad de quienes nos gobiernan, para asegurar su continuidad.
En lo personal, mis principios son inamovibles. Abierto a los que piensan diferente, sí. Pero no soy de los que se va a callar por miedo. Al contrario, siempre he creído que si uno solo se rodea de los que piensan igual a uno, uno deja de pensar. Por eso, hoy más que nunca los leo a todos y trato de entenderlos, sin buscar irrespetarlos. Pero no puedo callar lo que siento.
A los troles, que cobran un sueldo para intentar silenciar voces, o los que lo hacen de gratis por su nivel de fanatismo, les recuerdo que en el pasado, usando balas, no funcionó… y hoy tampoco. Ustedes son los nuevos escuadroneros.
Ustedes son una historia repetida. Pues ¿saben qué? Yo también. Ustedes como los que quisieron silenciar una voz, y yo, como una de esas voces que no se van a callar.
Y sé que no estoy solo…
Publicista y cineasta.