Perdón, Monseñor... perdón
A usted, Monseñor, hay que pedirle perdón, y hacerlo en serio, como se ruega indulgencia a quien, siendo el más preclaro hijo de nuestra patria, sigue “asesinándosele” a diestra y siniestra, víctima del fanatismo, los discursos interesados, el oportunismo político y una exuberante ignorancia sobre la fe católica.
Perdón, Monseñor, en primer lugar, por los manipuladores de su imagen, por todos esos que jamás han doblado rodillas delante del Santísimo pero se dejarían amputar las dos piernas con tal de verle a usted sometido a sus ideologías; por esos que han reproducido hasta la saciedad sus condenas al ejército, pero esconden sus palabras contra el marxismo ateo, los secuestros de empresarios y la prédica socialista del odio.
Ellos, lamentablemente, no están interesados en un santo para unir a todos los salvadoreños: ¡lo que les urge es una estatuilla de mármol con la cual darle en la cabeza a sus adversarios políticos! Perdón también, Monseñor, por los que detestaban sus homilías sin haberlas escuchado y hoy continúan llamándole “comunista” sin saber nada de la doctrina social de la Iglesia.
Perdone usted a tantos ciegos, Monseñor, de un lado y de otro, a tantos hipócritas vestidos de “romeristas” y a tantos “piadosos” de mentalidad estrecha. Perdón por quienes han olvidado –si es que alguna vez lo supieron– que en la misma alocución en que usted denunció el asesinato de Rutilio Grande, perpetrado por militares, censuró igualmente el crimen de un humilde capataz de Nejapa, a manos de las FPL.
Perdón por esos que ahora, por el mero hecho de haber declarado su martirio, tildan de “socialista” al papa Francisco, sin enterarse de que el anuncio fue simultáneo con otro en el que también se declara “mártires de la fe” a tres sacerdotes (dos polacos y un italiano) que a mediados de 1991, en los Andes peruanos, fueron ultimados por la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso.
Perdón, Monseñor, por los fariseos del “conservadurismo” laico: por esos hombres y mujeres que jamás se permitieron conocer la hondura teológica detrás de la opción preferencial por los pobres, y hoy sufren urticaria de solo pensar que van a ver su sonriente fotografía en cuanta parroquia visiten, dentro y fuera de El Salvador.
Interceda por ellos, Monseñor, porque creen tener un corazón “católico” (universal) pero han ignorado por mucho tiempo que un obispo no solo está comisionado por el Romano Pontífice para pastorear una diócesis, sino que, al decir del último Concilio, es “representante personal de Cristo en la Iglesia particular que le ha sido canónicamente confiada”.
Perdone usted, Monseñor, a quienes se han acostumbrado tanto a manosear su mensaje, que ya no distinguen entre los límites de la propaganda burda y las verdaderas causas que usted defendía.
Perdón por esos que pintan su rostro en una pancarta y la llevan a manifestaciones a favor del aborto o en contra de la familia tradicional. A estos perdónelos de manera especial, Monseñor, pues como decía Chesterton ellos no saben lo que hacen... “porque no saben lo que deshacen”.
Perdón, en fin, Monseñor, por este pueblo desagradecido al que usted amó tanto y por el que dio la vida. Perdone nuestra invidencia, nuestra falta absoluta de criterio, nuestra estupidez. Pero siga rogando por nosotros, Monseñor, siga intercediendo. Un mártir de su talla bien puede hacernos el milagro de llegar a merecerlo como un santo para todos los salvadoreños.
Por: Federico Hernández / Colaboración para periódico El Liberal